La edificación del Palacio Real de Nápoles, como se sabe, no se debe a los Borbones. Fue el Virrey español Fernando Ruiz de Castro quien que ordenó su construcción, puesta en marcha a principios de 1600, en previsión de una visita al virreinato (que luego no se llevo a cabo) del nuevo Rey de España Felipe III de Hasburgo.
La razón que nos lleva a considerar también este complejo reside en las significativas obras de restauración y adorno del Palacio y del área a su alrededor llevadas a cabo por los Borbones. No fue hasta bajo el reinado de Fernando II cuando el Palacio alcanzó el nivel de magnitud y belleza que hasta la fecha lo caracteriza.
El Palacio surgió en la extensa zona entre Santa Lucia y Castelnuovo. El proyecto general se le encargó a Domenico Fontana, uno de los arquitectos más célebres de la época, ya por entonces autor de las grandes obras de Papa Sisto V en Roma. Luego, sin embargo, las obras tardaron décadas y el proyecto original de Fontana fue sometido a muchos cambios.
El Palacio, con su gran “Largo del Palazzo”, representó, durante todo el siglo XVII, el centro vital de la vida política y social napolitana.
Las aportaciones de Carlos y Fernando IV (I)
Al llegar el Rey Carlos en 1734 el Palacio se encontraba en pésimas condiciones, completamente desbastecido incluso de lo necesario para acoger al Rey y a su Corte, hasta el punto de tener que valerse del monte de piedad y de préstamos privados para comprar muebles, cortinajes y adornos. [Información sacada de A. BORRELLI, Il Palazzo nei secoli, en Il Palazzo Reale di Napoli, Arte Tipografica, Napoles 1987, pp. 23-32 (p. 29). Véase también: Il Palazzo Reale di Napoli, bajo la dirección de la Soprintendenza per i Beni Ambientali e Architettonici di Napoli e Provincia, Electa Napoli, Elemond Editori Associati, 1995.].
Al arquitecto Ferdinando Sanfelice se le encargó la construcción de un piso para el Mayordomo Mayor en el pabellón oriental hacia Castelnuovo. Luego, en 1742, realizó nuevas restauraciones junto con el ingeniero de cámara Casimiro Vetromile.
En 1736 empezó el traslado de las colecciones farnesianas, que luego fueron parcialmente llevadas a Capodimonte. En 1737, con ocasión de las bodas del Rey con Maria Amalia de Sajonia, se reunieron en el edificio los mejores artistas presentes en Nápoles para adornar varias alas del Palacio (especialmente la Sala Diplomática, llamada también Primera Antecámara de Su Majestad). Entre los asistentes cabe recordar a Francesco Solimena, Francesco De Mura, Nicola Maria Rossi, Domenico Antonio Vaccaro.
En el mismo año se creó una fábrica de porcelanas, primer esbozo de la que se convertiría en la renombrada Fábrica de Capodimonte.
En 1751 se abrieron las actividades de la Real Imprenta Palatina, enriquecida con las maquinarias procedentes de la famosa tipografía de Raimundo de Sangro, Príncipe de Sansevero. Posteriormente, en 1753, se le encargó a Vanvitelli la restauración de la fachada edificada por Fontana.
Sin embargo, a decir verdad, el Rey Carlos nunca se encariñó completamente con el Palacio Real, si bien vivió allí, probablemente por un lado por estar demasiado apegado a la caótica vida de la capital, y por otro por no haber sido una “construcción suya”. En su mente y en el corazón ya se encontraban dos Palacios Reales: Caserta y Capodimonte. Por consiguiente, las obras volvieron a comenzar únicamente bajo Fernando IV.
Se edificó el largo cuerpo de fábrica hacia oriente, el nuevo pabellón, que ocupó gran parte de los jardines en el lugar donde ahora se encuentra la Biblioteca Nacional. Posteriormente se puso en ejecución la edificación de la fachada hacia el mar. La cual, sin embargo, se quedó por terminar, y se realizaron los seis primeras arcos con balcones.
En 1769 Ferdinando Fuga convirtió definitivamente la Gran Sala del Palacio Real español, que los Virreyes ocupaban para los espectáculos, en un pequeño teatro de repertorio del Palacio. Para su inauguración se representó una serenata, o fiesta teatral con base musical de la mano de G.B. Sassi con música de Giovanni Paisiello.
En el pequeño teatro se representaron principalmente obras de Nicola Piccinni, Domenico Cimarosa y de Paisiello compuestas especialmente para el Rey. Durante los años setenta, aún bajo la dirección de Fuga, se llevó a cabo el embellecimiento de las salas. Las pinturas de las puertas del Palacio y los tapices de la Real Fábrica, que todavía se encuentran conservados, se remontan a aquella época.
Para 1773 el Rey había habilitado el terreno frente al Palacio para el desempeño de las exhibiciones militares, dedicando la Piazza del Castello a las fiestas populares que anteriormente se realizaban exactamente en aquel sitio.
En 1767 se fundó el Colegio Militar, en 1778 la Academia de Ciencias y Letras, y en 1785 se emprendió el arreglo del Gran Archivo. Además, se volvió a establecer en el patio del picadero el taller de porcelanas, ya que el Rey Carlos precedentemente había trasladado todo el conjunto a Capodimonte. En 1781 la dirección del taller fue dejada en manos de Domenico Venuti. Finalmente, en 1782, Fernando abrió una fábrica de aceros con maestros vieneses en todo momento dirigida por Venuti.
Después del año 1815, el Rey Fernando llamó a Palacio a Canova y le encargó una estatua del Rey Carlos. En 1819, también a Canova se le encargó una estatua del propio Rey. Sin embargo, el artista se encontraba viejo y enfermo, así que sólo logró modelar el caballo. La estatua fue terminada por Antonio Calí. Posteriormente, en 1829, los dos monumentos fueron situados en la plaza.
Ferdinando II y la Restauración General
Bajo el reinado de Fernando II tuvo lugar una restauración general del Palacio Real [Información sacada de Il Palazzo Reale di Napoli negli anni di Ferdinando II. La riforma generale, le tappezzerie, bajo la dirección de N. D’ARBITRIO-L. ZIVIELLO, Ministero per i Beni e le Attivitá Culturali, Soprintendenza per i Beni Ambientali a Architettonici di Napoli e Provincia, Palacio Real – Napoles, (con el aporte de SS.AA.RR. el Duque y la Duquesa de Calabria y del S.O.M. Constantiniano de San Jorge), Edisa, Napoles 1999, pp. 9 e sgg.].
Ya desde los primeros años se planearon varios proyectos hasta que, en 1836, el Mayordomo Mayor Príncipe de Bisognano, con un Decreto Real, impuso una registración general del Palacio Real con finalidades de “meter mano a las obras próximas” previstas para el año siguiente. «De tal manera, por lo menos en lo formal, iba a iniciarse una de las intervenciones de arquitectura más articuladas emprendidas por los Borbones, que terminaría casi simbólicamente poco antes del fallecimiento de Fernando II» [Ibidem, p. 10.].
A la acción de restauración general en su conjunto se le llamó “Reducción” y no por casualidad: «de hecho, se trataba de reconstruir una identidad arquitectónica, procediendo a eliminaciones a través de una poderosa obra de demoliciones en el discontinuo conjunto de edificios que, de manera compacta, se extendía por el lado de S. Fernando y S. Carlos, en donde el Palacio Viejo de los Virreyes representaba una presencia disonante. (…)
La politica de Fernando II se dirigía hacia la centralización de los diferentes poderes del Estado en el interior del Palacio Real, de tal manera que quería rehabilitar un modelo de arquitéctura representativa, sumida de forma orgánica en el tejido urbano, cuya función fuera perceptible y manifiesta» [Ibidem, p. 11.]
Se trataba de un trabajo de gran envergadura puesto que conllevaba el desgranamiento de desordenadas edificaciones que se habían ido sobreponiendo a las ya existente, lo que había permitido la supervivencia de misceláneas actividades en el interior de las murallas del palacio y hasta el establecimiento de núcleos familiares que se transmitían el derecho de residencia.
Con todo, el aspecto que destacó entre los demás fue sin duda alguna la exigencia de subordinar la “Restauración General” a las innovaciones, que paulatinamente se iban imponiendo hasta en Nápoles, debidas a la primera Revolución Industrial.
«El desarrollo tecnológico no podía dejar de tener influencia en las obras de “Restauración” del Palacio, ya que éste se insertaba en una visión global de un Palacio Real que fuese no sólo representativo sino también expresión de su época, liberal hacia las nuevas tecnologías, que se consideraban imprescindibles para hacer frente a los defectos de los sistemas artesanales, que habían sobrevivido invariables hasta principios del siglo» [Ibidem, p. 12.].
Así fue como se planeó una profunda modernización de las instalaciones y de los servicios de acuerdo con los criterios de eficiencia típicos de los inicios de la industrialización. Se introdujo la iluminación a gas, sistemas avanzados de abastecimiento de agua corriente, máquinas de vapor para los servicios hidráulicos, una nueva red de vertederos y cloacas, planchas de cinc en lugar de tejas, productos avanzados de los talleres de fusión ocupados para la construcción del Puente de Belvedere y como soportes para los aparatos de iluminación, compuestos plásticos impermeables para cubrir las conexiones más expuestas, vidrios y espejos con pintura de protección, etc.
Todos los cambios se produjeron bajo el constante control del Rey, que constituyó comisiones específicas a lo largo de las dos décadas que fueron necesarias para realizar la “Restauración”. En lugar de Antonio Niccolini – arquitecto favorito de Fernando I y Francisco I – Fernando II escogió a Gaetano Genovese. Éste «examinó y planeó la reconstrucción del Palacio Real según un proyecto imponente, comodísimo y bello, que presentó a Su Majestad el Rey» [C.N. SASSO, Storia de’ Monumenti di Napoli, in ibidem, p. 15.] , que en sustancia retomaba la idea de Fontana y que correspondía a la visión conservadora del Rey.
También cabe recordar que en la segunda mitad de los años cuarenta, cuando ya los apartamentos reales eran habitables, se produjo una reducción del jardín inglés – «tan sinuoso e intenso como la tendencia de la cultura romántica sugería» – [Il Palazzo Reale di Napoli negli anni di Ferdinando II, op.cit., p. 53.] del gran picadero, bajo la dirección del jardinero botánico Federico Dehnhardt asistido por el botánico Gussone, al que se contraponía el neoclásico jardín colgante de la Logia de Belvedere el cual, tendido hacia el vacío, se asoma en el asombroso panorama del Gulfo.
Finalmente hay que citar la maravillosa Escala Grande, con su Gran Bóveda cubierta por las decoraciones y las preciosísimas alfombras (en parte producidas en Belgica y en parte en San Leucio).
Una de dichas alfombras ha sido restaurada recientemente por iniciativa de SS.AA.RR. los Príncipes Carlos y Camila de Borbón de las Dos Sicilias, Duque y Duquesa de Castro.