Como hemos visto en el apartado dedicado a Carlos de Borbón, cuando en 1759 éste deja el Trono de Nápoles por el de Madrid – sancionando de hecho la definitiva separación de las dos Coronas, deja como heredero en Nápoles a su tercer hijo, Fernando, entonces niño de ocho años, y lo confía a un Consejo de Regencia de ocho miembros, entre los que emergieron las figuras del Primero Ministro Tanucci y del tío de Fernando, el príncipe de San Nicandro. El primero tuvo el encargo preciso de conducir políticamente el Reino, el segundo, de educar al niño.
Nacido el 12 de enero de 1751 en Nápoles por el Rey Carlos de Borbón y María Amalia Walburga de Sajonia, morirá en Nápoles el 4 de enero de 1825. El suyo es uno de los más largos reinados de la historia, si se considera el inicio a partir de 1759 con sólo ocho años (66 años de reino). Por intervención de su tío, el Príncipe Nicandro recibió una educación dirigida principalmente al cultivo de la robustez del cuerpo y de marca bastante popular (sus rasgos y su hablar en dialecto le valieron el apodo – para nada despectivo – de “Rey Lazarón” [Los “Lázaros” o “Lázarones” eran aquellos miembros del pueblo napolitano que en 1799 lucharon heroicamente contra el ejército napoleónico y los jacobinos republicanos en defensa de Fernando,de la monarquía y de la Iglesia. Cfr. nota precisa en el sito sobre el sanféismo y la insurrecciones] ).
Hasta que estuvo en edad infantil, el Reino fue dirigido a todos los efectos por el Primer Ministro Tanucci, que continuó sin demoras la política reformista de Carlos de Borbón, de estrecho acuerdo con el Trono de Madrid. Son éstas las décadas del célebre reformismo borbónico, en todo momento continuado por Fernando hasta los años de la tormenta revolucionaria.
En 1768 se casa con María Carolina de Austria, hija de la emperatriz del Sagrado Imperio Romano María Teresa de Habsburgo, hermana por lo tanto de los Emperadores José II y Leopoldo II y de la Reina de Francia María Antonieta. Fernando tuvo cinco hijas y un hijo, Francisco (María Teresa se convirtió en Emperatriz de Austria, María Amelia Reina de los franceses, María Luisa Gran duquesa de Toscana).
María Carolina, llegada a Nápoles a la edad de dieciséis años, adquirió pronto un gran peso debido a decisiones políticas de Fernando, especialmente después del nacimiento de Francisco. El desacuerdo con Tanucci resultaba inevitable, e inevitable también fue la progresiva rotura con Madrid, en la que la Reina logró también implicar a Fernando (razón de profundo dolor para el viejo Rey de España, que observó escapar de entre sus manos no sólo el control político, sino también a su hijo Fernando). En 1775 María Carolina formó parte del Consejo de Estado; y dos años después Tanucci tuvo que despedirse.
En 1799 llegó el Ministro inglés, el príncipe John Acton, que gozó de la total confianza de los Reyes, permitiéndole hacer gravitar el reino de la influencia española bajo la influencia británica (confirmado, en los años cruciales de las guerras napoleónicas, por la presencia en la Corte de Horatio Nelson, y de varias otras figuras inglesas que ejercieron una gran influencia sobre las decisiones tomadas por María Carolina).
La salida de escena de Tanucci no interrumpió el proceso reformista. Por otra parte, los padres de ambos monarcas (Carlos de Borbón y María Teresa de Habsburgo) fueron soberanos reformadores, y plasmaron de acuerdo con ese mismo sentido la mentalidad de los hijos (tal y como José II demostró con excesivo celo en Viena).
Sin embargo, la política de reformas tuvo que ser interrumpida por el estallido de la tormenta revolucionaria en los años noventa. Los acontecimientos de Francia, en un primer momento preocupantes pero al final trágicamente sobrecogedores (la caída de la Monarquía, la República jacobina, el asesinato del Rey y luego de la Reina y de su hijito, la guerra civil, el Terror, la dictadura de Robespierre miles de muertos), hicieron como es natural cambiar el ingenuo y a veces acríticamente abierto ánimo a las innovaciones políticas de los dos soberanos napolitanos. Especialmente después de 1794, bien sea por los hechos franceses, o bien por el descubrimiento de una conjura republicana en Nápoles.
Fernando y María Carolina empezaron a intuir el verdadero rostro que se escondìa tras los reformadores [Como ocurre a veces, los traidores se esconden siempre entre los afiliados. Toda la denominada ”intelighentia partenopea”, compuesta por aristócratas, celebraba a María Carolina como el faro del progreso y de la civilización en Nápoles, y presentaba a Fernando como el “nuevo Tito”. Estos intelectuales fundarán la República Partenopea con la ayuda de las armas del invasor napoleónico] , especialmente tras los intelectuales ilustrados y masones (hasta ahora siempre apoyados de ellos).
Sin embargo, a pesar de alguna enésima tentativa de conciliación con la recién nacida República francesa, de hecho Fernando se adhirió a las coaliciones internacionales antirrevolucionarias y antinapoleónicas, quedando de este modo también fiel al “pacto de familia” borbónico y a la alianza con los ingleses.
La doble pérdida y la doble reconquista del Reino continental
Desde 1796 el joven Napoleón Bonaparte invade y conquista gradualmente gran parte de los territorios de los Estados italianos preunitarios, encontrando siempe la respuesta del pueblo italiano en forma de revuelta armada. Las insurrecciones contrarevolucionarias se producían en defensa de la Iglesia y de la religión católica y de los soberanos legítimos.
En febrero de 1798 los ejércitos revolucionarios invadieron el estado Pontificio y Pío VI se fue, de modo que pudieron instaurar la República jacobina Romana. En noviembre, Fernando,sabiendo que a los napoleónicos les faltaba sólo el Reino de Nápoles para la conquista completa, decidió combatir contra los franceses para liberar Roma y salvar a el Pontífice. El general austriaco Mack entra en Roma y luego se marcha cuando el general napoleónico Championnet llega y tranquilamente puede marchar hasta Nápoles.
El 8 de deciembre de 1798 Fernando anima los súbditos a resistir contra el invasor.Y su pueblo aceptó la misión. Miles de hombres (mujeres y ancianos incluídos) se armaron contra los franceses combatiendo por seis meses hasta reconquistar el Reino.
Los franceses conquistaron Nápoles el 22 de enero de 1799 (proclamaron la República Napolitana, matando a 10.000 lázaros que defendieron al Rey Fernando). Desde el 22 de diciembre de 1798 la Corte se mudó a Palermo y Fernando dejó Nápoles a un Consejo de aristocrátas y al Vicario Real Pignatelli.
Los jacobinos no tuvieron éxito al tratar de establecer su política en las provincias del interior porque la gente quería al Soberano y reclamaba la monarquía. A finales de enero el Cardenal Fabricio Ruffo de los Príncipes de Scilla se fue a Palermo para presentar al Rey el proyecto del envío militar para reconquistar el Reino de Nápoles.
Los Reyes se quedaron perplejos y posteriormente aceptaron la propuesta y el Cardenal obtuvo un barco con siete varones y el título oficial de Vicario del Rey. El Cardenal Ruffo estaba seguro de que los napolitanos le ayudarían, ¡Y dio en el blanco! Miles de hombres estaban listos para luchar contra los jacobinos en defensa de los Borbones.
Ruffo creó la “Armada Católica y Real” en nombre de Fernando IV (véanse los apartados de las insurrecciones contrarevolucionarias y el sanféismo) que durante tres meses llegó a Nápoles y restauró la Monarquía Borbónica el 13 de junio de 1799, (día de S.Antonio) protector oficial de la “Armada de la Santa Fe”.
Fernando y María Carolina llegaron a Nápoles por vía marítima, con Nelson, que tenía que ajusticiar a los traidores encerrados en el Castillo de S. Elmo. Ruffo, sabiendo que Nelson les mataría, les ofreció la libertad, pero ellos confiaron en Nelson que ahorcó a 99 de los apresado, eso sí, con la aprobación de María Carolina.
Esa es la historia de los jacobinos de la “República Partenopea”, víctimas de los Borbones como toda la historiografía nacional suele declarar y repetir. Si bien es cierto que éste no es el lugar ideal para levantar polémicas, pero también es cierto que este grupo de “intelectuales” estaba muy cerca de los Reyes que acabaron traicionándoles, entregando el Reino al enemigo francés sin pensar en la voluntad del pueblo y en su fidelidad hacia los Borbones.
Los republicanos napolitanos no tuvieron éxito porque el pueblo estaba del lado de los Reyes. Los intelectuales, en cambio, se dejaron comprar por el enemigo y se encuentran entre los culpables de la guerra civil.
La historiografía del resurgimiento los refleja como de mártires pero es bien cierto que cualquier soberano hubiera condenado de manera justa a los traidores del Reino y de su espíritu.
Fernando y Carolina reinaron hasta 1806 hasta que Napoléons, el Emperador de los Franceses, conquistó el Reino de Nápoles y lo puso en manos de su hermano Jose. Los reyes se trasladaron nuevamente a Palermo y el pueblo se levantó una vez más hasta 1810 (en Calabria hasta la Restauración).
En 1808 Napoleón decidió que José se fuera a Madrid y su cuñado, Joaquín Murat, a Nápoles (se quedó hasta 1815 año de la Restauración europea cuando intentó levantar a los campesinos contra los Borbones, situación que culminó con su muerte por mano de los mismos).
Los últimos años de su Reino
Derrotado Napoleón, toda Europa entraba en la época de la Restauración.
Fernando preferió mantener el título de “Rey de las dos Sicilias”. Durante su reinado en Palermo, en la Corte, los ingleses habían favorecido la autonomía siciliana, obligándole a promulgar la Constitución de 1812 y forzando a María Carolina a dejar la isla. En 1814 la reina se muere en el destierro. Fernando I restauró una política de pacificación nacional, ajusticiando a los muratianos.
Mientras el Ministro de Medicis, que era filoliberal y masón, discutía con el Ministro de la Policia, Antonio Capece Minotolo, Príncipe de Canosa, católico y partidario de los Borbones. Fernando apoyó a los Médicis y lo que llevó en 1820 a otra revolución organizada por la Carbonería.
Fernando, inicialmente, promulgó la Constitución de 1812 pero sabía que, según el principio de legitimdad establecido en el Cogreso de Viena y los Pactos de la Santa Alianza, Metternich intervendría contra los revolucionarios. El Congreso de la Santa Alianza en Lubiana decidió una intervención armada contra Nápoles. El parlamento napolitano envió a Fernando a Lubiana para apoyar la Constitución pero Fernando pidió a Metternich una intervención armada contra los revolucionarios napolitanos. Por lo tanto, Fernando pudo restaurar el absolutismo y seguir viviendo bien los años de su reino tan atormentado.
El Soberano del reformismo italiano
Fernando representa lo que se denomina un soberano “alumbrado” porque supo comprender la importancia de las reformas y la necesidad de aplicarlas.
A continuación algunas de sus reformas:
- 4/IX/1762: empezó a construir el primer cementerio de Italia (Nápoles) al que seguirá otro en Palermo;
- Ampliación de las calles de Nápoles (p.e: Foria);
- Restauró el Palacio Real de Nápoles;
- En 1779 construyó la Fábrica de Granili;
- En 1780 la Villa Real y tres teatros: el de Fiorentini, el del Fondo y el de San Fernando. El huerto botanico de Palermo, la Villa inglesa de Caserta, el Cantiere de Castellammare, el pequeño puerto de Nápoles, los labores del Emisario de Claudio, Palacio Real de Cardito;
- La red de comunicación entre Nápoles y la provincia. La Favorita de Palermo y la Iglesia de S. Francisco de Paola en Nápoles;
- También restauró puentes y en 1790 saneó la Bahía de Nápoles. Del mismo modo terminó las costrucciones empezadas por su padre (Palacios Reales de Caserta y Portici).
Instituciones e iniciativas culturales:
- En 1768 creó una escuela gratuita en cada Común del Reino, mandando que se hiciese lo mismo en las casas religiosas. Además creó un colegio para instruir a la juventud de cada provincia sin impuestos;
- En 779 transformó la Casa de los Jesuitas de Nápoles en un colegio para vástagos, (el Fernandeo) y un Conservatorio para la instrucción de las huérfanas pobres;
- En 1778 se creó la Universidad de Cataneo y en 1779 la de Palermo con teatro anatómico, laboratorio químico y gabinete físico;
Instituyó una sección astronómica en el Palacio Real de Palermo, en el que Piazzi trabajó. En la Torre de San Gaudioso en Nápoles hizo construir otro observatorio;
- Sólo en Sicilia fundó 4 institutos de segunda ensañanza, 18 colegios y muchas escuelas ordinarias. Un seminario náutico para la instrucción de los marineros, creó una diputación para vigilar todos los Colegios del Reino;
- En 1778 fundó la Academia de las Ciencias y de las Bellas Artes en Nápoles, abrió una biblioteca en Palermo;
- Reorganizó las tres universidades del Reino, creando nuevas catedras. En los hospitales abrió la sección de maternidad y las quirúrgicas y eligió a los mejores para enseñar ignorando sus opiniones políticas (Genovesi, Palmieri, Galanti, Troja, Cavalieri, Serrao, Gagliardi);
- Rindió homenaje a los músicos como Cimarosa y Paesiello (maestro del Príncipe Real) y ayudó económicamente a los jovenes para que estudiasen 4música en Roma;
- Revalorizó el Museo de Nápoles y la Biblioteca y siguió las excavaciones de Ercolano y de Pompeya.
Disposiciones militares:
- Estableció muchos colegios militares y un academia de armas blancas;
- Arregló el ejército y la marina. En 1790 en Castellammare el galeón “Ruggiero” se incendió y los subditos, espontáneamente, recolectaron y ofrecieron un millón de ducados al Soberano para la reconstrucción;
- Así mismo, publicó el Código Penal Nacional.
Disposiciones económicas:
- Creó la Bolsa de cambio y empezó muchos nuevos comercios entre los que destaca la pesca del coral;
- En el Tavoliere de Apulia mensualizó y promulgó tantas buenas leyes que nacieron muchas colonias. Además, otorgó la exención de los impuestos por 40 años a los campesinos que poblasen, cultivasen y mejorasen aquellas áreas desamparadas desde el establecimiento de la ley. Por lo tanto creó los Montes del Trigo;
- Rebajó notablemente los impuestos (en particular la que percibían los barónes) directos e indirectos. Por ejemplo: la gabela de los víveres, de los arriendos, del tabaco, del peaje y, en algunas provincias, de la seda.
Disposiciones civiles, sociales y de caridad:
- Pobló las islas de Ústica y Lampedusa, echando a los barbaros y construyendo fortificaciones;
- Creó la Caja para los huérfanos de guerra con una renta anual de 30.000 ducados para la educación de los varones y la dote de las mujeres;
- Fundó colonias para los albanéses y los griegos del Reino y creó para ellos seminarios y escuelas destinandoles,también, un lugar de comercio en Brindís. Además instituyó un obispado para el rito griego-católico;
- Cuando los subditos de Nápoles colectaron para la boda del Príncipe heredero, Fernando aceptó sólo alrededor 70.000 ducados que donó a los pobres de la ciudad;
- Con arreglo a los criterios de igualdad de Rousseau, fundó la colonia de San Leucio para el trabajo de la seda;
- Antes de la Revolución Francesa se resolvieron en su defensa las prerrogativas estatales contra la Iglesia. Después de 1815 llegó a ser más pródigo, aunque siguió eligiendo los obispos ségun el Concordato de 1818;
- En 1818 desde el puerto de Nápoles el primer buque de vapor se hizo a la mar cruzando el Mediterráneo;
- Hizo obligatorio que los jueces motivasen las sentencias.
Éste es el Rey que la “vulgata” historiográfica nacional siempre ha presentado como grosero, ignorante, fanático y reaccionario. Un Rey “gandul” y “manolo” cuyo pueblo fiel estuvo siempre a su lado.
El Cardenal Ruffo y el Levantamiento de los filoborbónicos
En la página dedicada a Fernando IV hemos señalado la pérdida momentánea del Reino a causa de la invasión de los ejércitos franceses y la reconquista llevada a cabo por el Cardenal Ruffo con decenas de miles de emergentes que voluntariamente tomaron las armas en defensa de la Iglesia y de la monarquía borbónica legítima contra el republicanismo jacobino y el invasor napoleónico.
Esta es una página de historia italiana de valor excepcional, que ha sido ocultada por la historiografía nacional, y que únicamente en estos últimos años empieza a ser conocida por el gran público, gracias a la contribución de muchos historiadores que, movidos por espíritu de búsqueda de la verdad, han publicado estudios y organizados congresos con ocasión del bicentenario de los acontecimientos.
En realidad, la historia de las revueltas populares en la que los italianos actuaron contra el invasor napoleónico y sus aliados italianos, los jacobinos republicanos, no concierne sólo el Reino de Nápoles que fue ocupado únicamente en diciembre de 1798. Pero ya durante los tres años anteriores decenas de miles de italianos de todas las clases y edades tomaron las armas contra los revolucionarios en defensa de la Iglesia y de los soberanos legítimos. Hoy existen muchos estudios que describen los trágicos y heroicos eventos, buscando el ahondamiento en esta página de la historia de importancia capital para las poblaciones italianas (véase los “Libros aconsejados”).
Nos limitaremos a señalar de manera breve pero clara el aspecto más glorioso y triunfal de la historia de la Manifestación contrarrevolucionaria italiana, es decir, lo que ocurrió en el Reino de Nápoles en el año 1799 y entre 1806 y 1810.
Un pueblo revolucionado en nombre de Fernando IV
Napoleón Bonaparte invadió Italia en 1796 entrando desde el Piemonte y marchando hacia la Lombardía y el Véneto. La conquista fue fulminante, pero lo que se conoce menos es que por allá por donde llegaron los franceses y se instituyeron repúblicas jacobinas las poblaciones se sublevaron en masa contra los revolucionarios en defensa de la civilización tradicional italiana. Así sucedió en 1796 y 1797 en el norte de Italia, en 1798 en los territorios del Estado Pontificio invadidos en el febrero por los franceses, en 1799 en el Reino de Nápoles y en el resto de Italia, que se liberaría completamente en octubre de aquel mismo año por una contrarrevolución general del pueblo italiano (de los Alpes a Calabria) en nombre de la religión católica y de los legítimos soberanos y gobiernos.
Desde febrero de 1798 el Estado Pontificio había dejado de existir y en su lugar nació la jacobina República Romana. Durante los meses siguientes decenas de miles de personas se sublevaron contra los republicanos en nombre de Pío VI, que se vio obligado a dejar Roma. En noviembre de 1798 Fernando IV decidió atacar la República Romana para reconducir al Pontífice soberano a su trono legítimo y mandar así un aviso a los jacobinos y al invasor napoleónico.
Atacado por el sur, el general napoleónico Championnet en un primer momento replegó fuerzas, permitiendo a Rey Fernando IV entrar como triunfador en Roma (la población le acogió en una multitud de alegría general). Posteriormente Championnet contraatacó. En esta ocasión el ejército napolitano no fue capaz de resistir y se retiró rápidamente hacia Nápoles, evitando combatir en todo momento y entregando a los franceses todas las fortalezas de los territorios septentrionales del Reino, incluída la inexpugnable fortaleza de Gaeta.
El 8 de diciembre de 1798 Fernando IV distribuyó desde El Áquila una proclama oficial con la que invitaba a todos los sujetos a defender por las armas el reino y la religión contra el invasor revolucionario. Nunca una proclama se reveló tan poderosa. Championnet, que mientras tanto marchaba tranquilo hacia Nápoles con tres ejércitos diferentes, se encontró por su camino la inesperada y feroz resistencia de los emergentes abruceses y del bajo Lazio. Fueron exactamente estos guerreros, miles de personas dispuestas a los más grandes actos de heroísmo, que retrasaron durante semanas la llegada de los franceses a la capital. Un hombre válido por todos, Michele Pezza de Itri, llamado Fraile Diablo, fue el más célebre y atrevido de todos los jefes emergentes de aquellos años, que combatió sin tregua a los jacobinos desde los primeros días de la invasión francesa y entregó su vida por la causa católica y borbónica. En cualquier caso, el 22 de diciembre el Rey Fernando con toda la corte abandonaba Nápoles y partió por el mar en cuanto se sintió en peligro por vía terrestre (se refería a la evidente traición perpetrada por las más altas jerarquías del ejército, a partir del mismo Mack, que habían entregado el Reino al invasor sin combatir).
Nápoles quedó en manos del Vicario Pignatelli Strongoli, posteriormente desautorizado por el Cuerpo de los Electos, un antiguo organismo aristocrático donde destacaba la figura del joven Antonio Capece Minutolo Príncipe de Canosa, defensor valiente de la legitimidad borbónica (lo sería por toda la vida). Pero durante los días de enero la anarquía se afirmó en la capital a medida que los franceses se acercaban. A la noticia de que también la fortaleza de Capua había sido entregada a los napoleónicos sin combatir, los lázaros, miles de populares napolitanos, tomaron el control de la ciudad, listos para combatir contra los franceses y los jacobinos en defensa del trono y de la religión.
La revuelta de los lázaros empezó precisamente el día 13 de enero de 1799 y obligó a los demócratas partenopeos a encerrarse en las fortalezas de la capital. Cuando Championnet decidió atacar Nápoles los lázaros empezaron un heroica e imposible resistencia que duró hasta el 23 de enero y costó 10.000 bajas en las filas lázaras así como la caída de más de mil franceses. El 21 de enero de ese mismo año, mientras la entera ciudad combatía y moría contra los franceses, unas pocas decenas de jacobinos encerrados en el Castel S. Elmo proclamaron el nacimiento oficial de la República Partenopea.
Al final Championnet tomó la ciudad (hicieron falta, para venir a jefe de la resistencia popular, tres ejércitos franceses y se tuvo que recurrir a la monstruosidad de pegar fuego a las casas del pueblo para hacer salir a la gente y fusilarla de golpe) [Toda la historiografía nacional de este siglo, a partir de Benedetto Croce, siempre ha descrito a los lázaros como bárbaros, fanáticos y groseros. Quisiera citar el juicio de quien les conoció porque luchó contra ellos, derrotándolos: los generales Championnet y Bonnamy. ¿Qué juicio es más imparcial? Championnet escribe: “Jamás un combate fue tan terco: jamás una situación tan espantosa. Los lazarones ¡qué maravilla! (…)héroes encarcelados en Nápoles. Se lucha por todas las calles. Se conquista la tierra palmo a palmo. Los Lazarones tienen jefes intrépidos. La Fortaleza de S. Elmo les amenaza; la terrible bayoneta les derriba, se replegan, vuelven a la carga, avanzan con audacia, conquistan algunas veces…”].
En los días siguientes la toma de Nápoles y la institución de la República Jacobina, un Cardenal de la Iglesia, príncipe y miembro de una de las más antiguas familias del Reino, Fabricio Ruffo de los duques de Baranello y Bagnara, y al tiempo director de la colonia de S.Leucio, se dirigió por iniciativa propia a Palermo para pedir hombres y barcos al Rey para reconquistar el Reino.
Qué fue lo que empujó a Ruffo a esta acción nunca lo sabremos. Él no era un general, sólo un cura noble, como muchos otros en aquellos tiempos. Es cierto que, llegado a Palermo, consiguió el título de Vicario plenipotenciario del Rey, un barco y siete hombres.
Probablemente, cualquiera habría renunciado a esta loca idea, menos él, que partió con lo que tuvo y desembarcó el 7 de febrero de 1799 en Calabria en proximidad de Pizzo, cerca de los feudos de su familia. Eran únicamente ocho personas. Cuatro meses después el ejército de los voluntarios de la Santa Fe (Ruffo llamó a su ejército “Armada de la Santa Fe” o “Armada Católica y Real”), o sanféistas, se componía de decenas de miles de personas y entró en Nápoles como triunfador, restaurando la monarquía borbónica. Se trata sin duda de la página más heroica de toda la historia de la Contrarrevolucionaria italiana. Frente a tales acontecimientos era imposible quedarse indiferente. O se celebraban como convenía, o se difamaban y desmitificaban. La historiografía italiana de estos dos siglos y especialmente la de este siglo ha elegido la segunda solución. No es posible contar los hechos históricos de la llegada. Nos limitamos a recordar únicamente que, mientras en las provincias septentrionales del Reino ya se armaban espontáneamente miles de personas en cuanto Fernando el 8 de diciembre de 1798 pronunció la proclama de defensa general del Reino, el Cardenal Ruffo por su parte empezó la reconquista de la Calabria hacia el mes de abril, y sólo en mayo se dirigió hacia el Norte, pasando por Matera y luego por Altamura, para dirigirse hacia Manfredonia y Arriano, donde llegó el 5 de junio. Se preparó para marchar sobre la capital que conquistó mediante una trágica batalla en la que lucharon los lázaros napolitanos, el 13 de junio, día de S. Antonio, protector oficial de la “Armada Católica y Real”.
Durante aquellos días, en los momentos del asedio de Nápoles, el Cardenal Ruffo hubiera querido salvar a los jacobinos cerrados en el Castillo S. Elmo y les ofreció la fuga por vía terrestre. Sin embargo, ellos prefirieron encomendarse al Almirante Nelson que asediaba Nápoles por vía marítima. El Almirante Nelson hizo ahorcar a 99 de ellos y con este acto despiadado nació el mito de los “mártires de la República Partenopea” del que siempre se culpa a los Borbones. Pero, como ya hemos explicado en la sección dedicada a Fernando IV, aunque el Rey hubiera podido conceder alguna gracia difícilmente habría podido perdonar a quien se había manchado de alta traición, quien había conspirado con un invasor revolucionario y había provocado la caída de la monarquía y la caída del Reino en manos del enemigo. Todo esto sin el mínimo apoyo popular, más bien, contra la voluntad del pueblo (y no sólo el de la capital), como los meses anteriores demostraron inequívocamente.
Si queremos mantenernos imparciales en el juicio histórico es necesario tener presente hasta el final la real gravedad de la traición de los jacobinos tanto para con los legítimos soberanos como hacia el pueblo del Reino. Esta gravedad además se vio empeorada por el hecho de que se entregó el Estado al invasor y, sobre todo, a los ojos de los soberanos, los traidores fueron en general nobles y, a menudo, amigos de la pareja real.
De poderse dibujar un panorama instantáneo y general del Reino de Nápoles durante el primer semestre de 1799 se encontraría miles de personas de los Abruzos y del Bajo Lazio hasta la Apulia y Calabria armándose y combatiendo hasta la muerte contra la República Jacobina y el invasor napoleónico en nombre de la Iglesia y de los Borbones de las Dos Sicilias. Queriendo sólo nombrar a algunos entre los más famosos jefes de la manifestación filoborbónica, hace falta citar, además de al Fraile Diablo, G.B. Rodio, Giuseppe Pronio, Vito Nunziante [que en el ’99 Nunziante pagó un Regimiento para luchar contra los franceses; Fernando le consideraba tanto que durante la Restauración le dio el título de Vicerey de Sicilia] , Sciarpa, Panedigrano… Es importante recordar también la gran guerra sustentada por los franceses con la instauración de José Bonaparte y luego de Joaquín Murat sobre el trono de Nápoles, contra el asi llamado “bandidaje” meridional filoborbónico, desde 1806 hasta 1810.
Es una historia trágica, que se carateriza por feroces matanzas, represalias sin escrúpulos, escenas dramáticas e incivilizadas. Se sublevaron Apulia, Basilicata pero sobretodo todo Calabria, creando una guerra permanente. Los emergentes, dirigidos por algunos héroes de 1799 (Michele Pezza [Fernando dio a Pezza el título de duque y una rica pensión por sus mèritos; pero en 1806 éste dejó todo, a su mujer y a su hijos también, para volver a luchar contra los franceses y falleció heroicamente. Rechazando todavía todo lo que José Bonaparte le prometió para traicionar a Fernando.] , Sciabolone, De Donatis, G.B. Rodio [La Reina tenía a Rodio en mucha consideración y le dio el título de marqués por su abnegación por la causa. Rodio falleció como Fray Diablo en 1806], Sciarpa, Panedigrano, (los protagonistas de la Santa Fe que después de siete años dejaron otra vez familia y trabajo así como todos sus privilegios adquiridos para enfrentar a la muerte en una guerra desesperada por servir la misma causa de los siete años antecedentes, el mismo Rey contra el mismo enemigo). Además surgieron otros nuevos exponentes contrarrevolucionarios: Carmine Caligiuri, Rodolfo Mirabelli, Alessandro Mandarini y otros, sustentados por los ingleses por vía marítima que durante años afrontaron los ejércitos francos-partenopeos, también luchando ”con gran estilo” como en Maida. Al final cayeron derrotados pero Murat no consiguió la paz y el apoyo de sus súbditos. Como ya hemos recordado en el apartado dedicado a Fernando IV cuando éste intentó la reconquista del Reino en 1815 desembarcando en Pizzo fue tomado por las armas por los campesinos del lugar, por lo tanto detenido, procesado y condenado a muerte.
La manifestación fue una ocasión excepcional para muchos habitantes del pueblo llano y humildes de demostrar la misma fidelidad heroica a los soberanos, tal como fue ocasión para otros (aristócratas y señores) de demostrar la traición personal a sus bienhechores y soberanos.
Algunas consideraciones
Si bien no es posible contar todo podemos dictaminar algunos argumentos. La historiografía italiana ha tratado los eventos heroicos y trágicos de la Insurrección italiana durante 25 años intentando ocultar la expedición del Cardenal Ruffo y el sanféismo. Cuando ha resultado dificil hacerlo ha pensado en optar por la calumnia dicendo que los hombres de Ruffo eran tan solo asesinos y delincuentes y tenían a Ruffo como su digno jefe./p>
Naturalmente, no se puede negar que adhirieron también delincuentes y bandidos. El propio Cardenal estuvo fuertemente contrariado por ello y adoptó a menudo medidas severas para reprimir las acciones delictivas. Hizo siempre todo lo posible por salvar a los propios jacobinos de la furia de sus hombres,tanto que ocurrió que serían los propios republicanos los que se entregarían a él para salvarse de la venganza de los sanféistas.
¿Pero qué se pudo esperar diferente? El 7 de febrero el Cardenal disponía únicamente de 7 hombres. Dos meses después, ya tenían a su servicio a miles de voluntarios del Reino. Por esta razón está claro que entre ellos también habría elementos peligrosos. ¡ Pero no fueron “la fuerza” de la Armada de la Santa Fe! Ésta se componía de aristócratas, campesinos, burgueses, oficiales, incluso curas del séquito de un cardenal.
Lo que no se quiere admitir de toda esta historia (y por esta razón se tiende siempre a subrayar sólo el aspecto de la violencia, las verdaderas y las inventadas) es la verdadera motivación que empujó a la inmensa mayoría de la población del Reino a adherirse – por vía directa o indirecta – al sanféismo. Es decir, sencillamente, el pleno y también violento rechazo del jacobinos y sus ideales revolucionarios. Es por lo tanto la fidelidad a la causa católica y borbónica. Éste es el verdadero núcleo de la cuestión, lo que más duele después de doscientos años. Los republicanos partenopeos también habrán sido descuidados (algunos), algunos también atrevidos, muchos llevaron al final trágico que ya conocemos, pagando con la vida las mismas ideas. Esto nadie lo puede y lo quiere negar. ¿Pero por qué, por contra, se sigue negando que todo el Reino fue contra los jacobinos y fiel a una concepción tradicional de la Fe y de la Monarquía?
En el Bajo Lacio tuvieron lugar las primeras feroces matanzas de civiles: 1.300 personas, degolladas en Isla Liri y alrededores, Itri y Castelforte devastadas, 1.200 personas matadas en Minturno en enero y otras 800 en abril, los habitantes de la ciudad de Castellonorato fueron todos asesinados, 1.500 fueron las personas atravesadas por espadas sólo en Isernia, 700 en la zona de Rieti, 700 en Guardiagrele, 4.000 en Andria, 2.000 en Trani, 3.000 en S.Severo, 800 en Carbonara, toda la población de Ceglie. Así mismo en los años 1806-1810, en la guerra de Calabria, recordemos a 2.200 víctimas en Amantea, 300 en Longobardi.
El mismísimo general francés Thiébou así atestigua en sus Memorias (Paris, 1894, II, p. 325): “sin contar las pérdidas en los combates, más que sesenta mil de ellos, matados en las ruinas de sus ciudades y la ceniza de sus cabañas”. En [N. RODOLICO, Il popolo agli inizi del Risorgimento nell’Italia meridionale (1798-1801), Le Monnier, Firenze 1926, pp. XIII-XIV.] cálcula 60.000 civiles. ¡Y eso son sólo los civiles destrozados por los franco-jacobinos en los cinco meses de la República!
Para concluir, la verdad histórica demuestra que las poblaciones italianas, y en particular las meridionales, rechazaron la Revolución Francesa en nombre de la fidelidad a la civilización tradicional y a los gobiernos legítimos. Aquí está explicada la epopeya de la Santa Fe. El pueblo estuvo contra los jacobinos y fiel a la monarquía borbónica.