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Francisco II es el último Soberano que reina las Dos Sicilias. La invasión del Reino tiene lugar, primero por parte de los garibaldinos y posteriormente del ejército sabaudo, y por lo tanto la anexión al recién nacido Reino de Italia. Todo esto únicamente un año después de la muerte de Fernando II, por lo que que Francisco se encuentra inesperadamente sobre el Trono a la joven edad de 23 años.

S.M. Francesco II

Francisco II de Borbón

Nació en efecto el 16 de enero de 1836 primogénito de Fernando II y su primera mujer María Cristina de Saboya (que fue beatificada el 25 de enero 2014) que lo dejará huérfano de madre sólo quince días después de su nacimiento. Fernando II tendrá una segunda mujer, la Reina María Teresa de Habsburgo, junto a la cual le administrará, con el auxilio de los padres jesuitas, una educación fuertemente religiosa, pero no sin privarle de nociones cultura general. Sin embargo no recibió nunca educación militar. Además, su padre siempre le inculcó el amor hacia el Reino y sus deberes hacia los sujetos, que venían antes de todo, después de aquellos hacia Dios, naturalmente. En todo caso, las relaciones con la madrastra no eran demasiado fáciles, ya que ella pensó ante todo en sus hijos (tuvo 11 hijos, entre que el futuro jefe de la Real Casa después de la muerte de Francisco, Alfonso María, conde de Caserta) si bien nunca llegaron a ser conflictivas. Francisco por su parte respetó a la Reina, y ésta se preocupó de seguir al futuro soberano.

Fernando le eligió como mujer a María Sofía de Baviera, hija del duque Maximiliano, hermana de Elisabeta, la mujer del emperador de Austria Francisco Jose. María Sofía resultará ser, en los trágicos días de su vida, una mujer excepcional, jamás olvidada por los sujetos y admirada en toda Europa.

María Sofía de Baviera

María Sofía de Baviera

Los primeros tiempos en la Corte no fueron fáciles para María Sofía, parecía destinada a no entenderse con la Reina, pero tuvo por el contrario toda la simpatía del Rey, que le quería de manera sincera. El problema fue que justo a su llegada a Nápoles empezó la enfermedad que condujo a Fernando a la muerte, con la consecuente elevación de Francisco al Trono. Sin embargo, otros problemas se estaban atisbaban en el horizonte y María Sofía demostró ser una Reina fuerte y atrevida como pocas otras en la historia. El pensamiento nos lleva a establecer un paralelismo con María Antonieta de los últimos tiempos de su vida.

Francisco pudo reinar como un libre soberano sólo durante el breve período de un año. Después tuvo que ocuparse afrontar la invasión del Reino. Sin embargo, pudo proveer alguna mínima demostración de cuál hubiera sido el devenir de su Reino si le hubiera sido concedido gobernar serenamente como hicieron sus antepasados.

 

En la fotografía de Bernoud María Sofía (segunda a la derecha) está con las hijas de Fernando II. Ésta ha sido claramente sacada después de la muerte del Rey

En la fotografía de Bernoud María Sofía (segunda a la derecha) está con las hijas de Fernando II. Ésta ha sido claramente sacada después de la muerte del Rey

Ciertamente no tenía la fuerza de carácter de su padre, ni la experiencia política, pero fue hombre de bondad y humanidad, hombre de profunda fe y sentido del deber hacia los sujetos y especialmente hacia los pobres.Por otra parte, la feroz resistencia filoborbónica que tuvo lugar en los Años Sesenta (véase la sección apropiada) y que implicó a miles de hombres y mujeres – como en los tiempos de las manifestaciones – armados en defensa de sus derechos legítimos, es la mejor comprobación de lo que en este texto se ha afirmado. Desde su subida al Trono, otorgó muchas amnistías, nombró comisiones adecuadas para visitar los lugares de cumplimiento de las penas y aportar las mejorías necesarias, quiso conceder mayores autonomías locales a los ayuntamientos, y disminuyó el peso de las uniones burocráticas. En Palermo y en Mesina concedió franquicias aduaneras, en Catania instituyó un Tribunal de Comercio y las cajas de cuenta y descuento. Así mismo, perdonó en Sicilia las sobras del arancel y disminuyó el impuesto sobre la molienda, abolió el arancel sobre las casas terrenales donde la gente pobre habitaba y redujo los impuestos aduaneros, especialmente los que afectaban a los libros exteriores. Redujo también los impuestos sobre las mercancías extranjeras, concedió Bolsas de Cambio en Chieti y en Regio Calabria, ordenó que se abrieran montes de trigos y montes de prendas y Cajas de Préstamo y Ahorro en los países donde no se encontraban. Durante una carestía de trigo, mientras los rebeldes ya acusaban al Rey de querer cargar el peso sobre los pobres, él dio orden de distribuir a precios reducidos partidas enteros de trigo extranjero a las poblaciones, lo que conllevó entre otras cosas pérdidas económicas para el gobierno. Además, creó cátedras, bachilleratos y colegios, e instituyó una comisión para la mejoría urbana de Nápoles (tuvo en mente construir molinos de vapor gubernamentales para ofrecer la molienda gratuita de los trigos, pero la idea no pudo ser llevada a cabo por la llegada de los garibaldinos). Amplió la red ferroviaria y pidió cuenta de los retrasos privados en las construcciones ya ortogadas, y de acuerdo con el decreto del 28 de abril de 1860 prescribió la ampliación de la red con la línea Nápoles-Fogia y Fogia-Capo de Otranto. Luego ordenó las líneas Basilicata-Regio Calabria y otra por los Abruzos, mientras que también pensó en la Palermo-Mesina-Catania.

El 1 de marzo de 1860 prescribió a todos los fondos la servidumbre de los acueductos, evitando así los pantanos con lo que favoreció el riego de los campos y por lo tanto la salud pública. Posteriormente preparó el desagüe del Lago del Fucino, hizo continuar el encauzamiento del río Sarno cavando un canal navegable, ordenó que se continuaran los trabajos en los pantanos napolitanos y la evacuación de las desembocaduras del Sebeto. Todo ésto en un año. Todavía en 1862, ya exiliado en Roma, envió una gran suma de dinero a los napolitanos víctimas por una fuerte erupción del Vesubio.

Alfonso de Borbón Conde de Caserta

Alfonso de Borbón Conde de Caserta

Después de la caída del Reino, Pío IX hospedó a los Reyes en Roma (correspondiendo en tal manera la hospitalidad recibida por Fernando II en 1848-1850) en un primer momento en el Quirinale ly después en el Palacio Farnese, hasta 1870. En estos años, ellos intentaron en un primer momento fomentar la resistencia filoborbónica que estaba tomando pie en el ex-reino, pero luego se dieron cuenta de que todo estaba perdido y no quisieron ser causa de más sangre, odio y dolor.

Los Saboya les arrebataron sus bienes personales (secuestrados sin ningún derecho ni justificación por Garibaldi, no sólo los inmuebles, sino los muebles, que Francisco no quiso llevarse consigo). Tuvieron que desplazarse a menudo, y vivieron durante mucho tiempo en París, y de vez en cuando en Baviera en las fincas de la familia de María Sofía, llevando una vida serena y modesta. En uno de estos viajes, Francisco II murió en Arco (Trento) en 1894, en paz con Dios, con sus súbditos y por lo tanto con su propia conciencia,.Jefe de la Real Casa, sin herederos, su sucesor fue su hermano Alfonso María de Borbón de las Dos Sicilias, Conde de Caserta.

 

La invasión del Reino

En la actualidad se pueden encontrar muchas reconstrucciones históricas de los acontecimientos de aquellos días mucho más serenas, verdaderas y objetivas que la “versión oficial” dotada en estos 140 años por la “vulgata” historiográfica del Resurgimiento. Únicamente enumeramos las más comprobadas e indiscutibles adquisiciones históricas, bien aceptadas entre los expertos, pero aún completamente o casi completamente desconocidas al gran público italiano, todavía influenciado por los recuerdos de escuela sobre la heroica conquista de los Miles entre el pueblo meridional feliz al ser “liberado” por la “barbarie borbónica.” Estos cuentos hoy en día nadie más los cuenta, sin embargo sobreviven en el imaginario colectivo. Por otra parte, el lector que ha tenido la paciencia de leer cuidadosamente las voces anteriores, se dio cuenta de lo falsa que resultaba la “vulgata” antiborbónica y de lo antitética que resultaba a la verdad histórica.

No por espíritu de reavivar polémicsa, por lo tanto, sino sólo como servicio a la verdad histórica y a la memoria común del pueblo italiano, recordamos las más evidentes, indiscutibles (aunque no se puedan mencionar todas) afirmaciones históricas sobre dichos acontecimientos, remitiendo al lector interesado a los estudios adecuados de los mejores historiadores, de los que damos noticia en la voz “Libros Aconsejados”.

Ya desde los años cincuenta, y en particular en 1858 con los Pactos de Plombières, Cavour preparó, con la complicidad de Napoleón III, Gran Bretaña y la ayuda del mundo democrático italiano, la invasión del Reino de las Dos Sicilias; Estado soberano siete veces secular, pacífico, amigo, aliado al Reino de Sardinia, cuyo último Rey fue primo del Rey Victorio Emanuele II.

Napoleón III apoyó a Cavour con la esperanza (que al final se revelaría ilusa)de que el Reino pasase a su primo Luciano Murat, mientras Gran Bretaña con la esperanza de un nuevo Reino de Italia, agradecida y amiga, pudiera contrastar la predominancia francesa sobre la habsbúrgica (además, el mundo anglicano nutría concretas esperanzas de “evangelizar” a Italia, todavía víctima de la “superstición papista”).

Garibaldi, recibió hombres, barcos, pero sobre todo armas por parte del Reino de Sardinia, mientras el dinero lo recibió por parte Gran Bretaña y por la masonería internacional en gran abundancia. [Eran 3 millón de francos franceses (que Garibaldi recibió en planchas turcas de oro en Génova antes de embarcarse), 1 millón de ducados (suma estratosférica), para el almirante Persano, y 300.000 liras en oro que el banquero Garavaglia dio a Garibaldi en Milan.Cfr. A.A.-V.V., Un tempo da riscrivere: il risorgimento italiano, Mostra de Rimini 2000, Il Cerchio, p. 21. Cfr. también el libro de R. MARTUCCI, L’invenzione dell’Italia unita, Sansoni, Firenze 1999];

Este dinero sirvió para asegurarse la corrupción de los más altos oficiales borbónicos, que desde el desembarque en Sicilia no combatieron nunca en serio a los garibaldinos (¡basta pensar que Garibaldi llegó a Nápoles en tren! Y con sólo unos muertos y heridos en total), entregando vilmente fortalezas enteras y varias posiciones militares al invasor. Además también sirvió para la corrupción de los principales hombres de gobierno, que aconsejaron siempre a Francisco II en la peor manera posible, hasta llegar a la traición abierta, como en el caso más célebre, el de Liborio Romano, Primer Ministro y principal traidor del Rey;

Cavour dio orden al almirante Persano, comandante de la flota sabauda, de seguir de cerca el envío de Garibaldi y de ayudarlo en caso de que todo lo anterior no tuviera éxito; y así puntualmente ocurrió.

Igualmente hizo Gran Bretaña, que alineó una entera flota en orden de guerra en el Golfo de Nápoles mientras Garibaldi llegaba, clara señal de lo que habría ocurrido si Francisco II hubiera intentado resistir.

Mientras Victorio Emanuele II juraba amistad y lealtad a su primo en Nápoles y condenaba lo que estaba ocurriendo, Cavour daba orden al general Cialdini de bajar con el ejército a Nápoles para apoderarse del Reino (invadiendo por otro lado el Estado Pontificio), y el mismo Rey sabaudo vino al Sur para conseguir para Garibaldi el Reino conquistado (el encuentro en Teano);

Frente a lo que estaba ocurriendo, Napoleón III, que en público condenaba el envío como un acto de piratería internacional (y como podía ser de otro modo definida), a escondidas dio su consentimiento a Cavour con la famosa frase: “Faites, mais faites vite!”, pidiendo a cambio de su no-intervención Niza y Saboya;

Francisco II, delante de uno de los más grandes complots internacionales de la historia, y, sobre todo, delante de la traición de sus oficiales y sus hombres de gobierno y más cercanos y devotos consejeros, comprendió que todo estaba perdido, pero que hacía falta no perder el honor y la memoria histórica. Para evitar derramamientos de sangre de civiles, dejó Nápoles, pero se amparó en la fortaleza de Gaeta, seguido por todos los que eligieron voluntariamente salvar el honor combatiendo de parte del legítimo y querido soberano.

En Gaeta

La fortaleza de Gaeta

La fortaleza de Gaeta

Sobre la historia del asedio de Gaeta, indudablemente una de las páginas más trágicas y heroicas de la historia del Resurgimiento, también se escribieron muchos libros serios y cautivadores, incluso recientemente, y a ellos remitimos para un ahondamiento de la cuestión (véase la página “Libros Aconsejados”).

Dejando Nápoles, Francisco II emanó una proclama, el 8 de diciembre de 1860, de la que citamos algunas frases: «(…) he preferido dejar Nápoles, mi casa, mi querida capital para no exponerla a los horrores de un bombardeo como los que han tenido más tarde lugar en Capua y Ancona. He creído de buena fe en el Rey de Piamonte, que dijo ser mi hermano, mi amigo, que me protestaba el desaprobar la invasión de Garibaldi, que negociaba con mi gobierno una alianza íntima por verdaderos intereses de Italia, no habría roto todos los pactos y violado todas las leyes, para invadir mis Estados en tiempos de paz, sin motivos ni declaraciones de guerra. Si éstos fueran mis errores, prefiero mis desdichas a los triunfos de mis adversarios» [En: “Gazzetta di Gaeta”, 9 deciembre 1860, n° 21, p. 1]. La proclama asustó al jefe de la policía de la Lugartenencia Silvio Spaventa, dado que, como testimonia Ruggero Moscati, «produjo ancha impresión en vastos estratos de la población meridional» [R MOSCATI, I Borboni d’Italia, ESI, Napoli 1970, p. 153].

En Gaeta convinieron en efecto miles de fieles borbónicos (al mismo tiempo resistían heroicamente también las fortalezas de Civitella del Tronto – que fue la última en caer – y Mesina), dispuestos también ellos a morir en defensa del propio soberano [Roberto Martucci reconoce los méritos de Francisco II y acusa a la historiografía adversaria de presentarle como “Franceschiello”, y cita la obra de A. ARCHI (Gli ultimi Asburgo e gli ultimi Borbone in Italia (1814-1861), Cappelli, Bologna 1965, p. 376): “Francisco II fue más Rey en la desdicha que en los pocos meses de soberanía efectiva: dejó su dinero en los bancos, se llevó sólo objetos de devoción y recuerdos de familia del Palacio Real y nada más”. MARTUCCI, op. cit., pp. 189-190] y de su patria y para testimoniar la fe y la civilización hereditaria y manifestar con los hechos su rechazo a una sociedad corrupta y traidora a la que decidieron no pertenecer.

Se conoce la historia de la trágica resistencia de la fortaleza de Gaeta, asediada por un hombre despiadado, a través de publicaciones válidas que la prueban. El asedio, empezado el 13 de noviembre de 1860, duró hasta el 13 de febrero de 1861. Fue conducido con tal aspereza que hace falta recordar que Cialdini tuvo el atrevimiento de hacer bombardear hasta la habitación de los Soberanos, evidentemente con el objetivo de matarlos.

Explosión del polverín de Gaeta

Explosión del polverín de Gaeta

En tal sede, citamos las siguientes conmovedoras palabras de Roberto Martucci, que describe el trágico clima en que ocurrió el asedio y especialmente los últimos días, y sobre todo describe el estado de ánimo de quien estaba perdiendo – por el hambre y la pestilencia – pero sabiendo ser víctima inocente de una agresión mal deseada y heroico defensor de una civilización antigua, y de quien estaba venciendo entre las risas…risas de amargo sabor: «El 5 de febrero de 1861, un proyectil impactó el polvorín de San Antonio, provocando unos cien muertos y enterrando, bajo los escombros, a centenares de soldados vivos. “El enemigo – Pietro Calà de Ulloa escribió – hacía un sacrificio de víctimas humanas a los dioses de los avernos; un último estallido lanzó por el aire soldados y oficiales y luego los precipitó al mar; los sitiadores, en Mola, aplaudieron el espectáculo» [P. CALA D’ULLOA, Lettres d’un ministre émigré, Marseille, 1870, p. 80].

Después de una breve tregua para sacar a los heridos de las ruinas, Cialdini rechazó una prorrogación que habría permitido socorrer a otras víctimas todavía vivas. El general sardo quiso retomar el bombardeo, ofreciendo al mismo tiempo una rendición sin condiciones a la exhausta guarnición napolitana. Frente a la inutilidad de una ulterior resistencia, Francisco II autorizó al gobernador de Gaeta – que era el mismo general Giosué Ritucci que dirigió la desdichada contraofensiva sobre el Volturno – a tratar la capitulación. Era el 11 de febrero y por dos días se prolongaron los coloquios sin que el general Cialdini dejara volcar sobre la desventurada fortaleza un alud de fuego. Aprovechó más bien para hacer entrar en acción otras dos mortales baterías de cañones de caña a rayas. Dado que la rendición estaba segura, aquel ulterior despliegue de artillería de asedio fue mortalmente inútil. A no ser que se encontrara frente a la síndroma magistralmente descrita por el novelista francés Jules Verne en “De la tierra a la luna”, cuando los quebrantados ingenieros y peritos balísticos, socios del “Gun club” de Baltimore, aprendieron con dolor inigualable que el fin de la Guerra de Secesión impedía experimentar la eficacia de los proyectiles de sus cañones sobre la carne confederada. A las horas 15 del 13 de febrero, en Gaeta, mientras los parlamentarios napolitanos y sardos discutían los últimos detalles de la capitulación, saltó por los aires el polvorín de la batería Transilvania con sus dieciocho toneladas de explosivos. En seguida, las baterías de asedio piamonteses concentraron el fuego sobre los escombros para impedir los socorros, ametrallando a los camilleros. Inútilmente murieron dos oficiales, cincuenta soldados y toda la familia de la guarda del bastión. Los borbónicos, que estaban tratando la rendición en los Cuarteles de Cialdini, apenas retuvieron las lágrimas mientras sus huéspedes aplaudieron rumorosamente contraviniendo simultáneamente las reglas de la hospitalidad y las leyes del honor militar» [MARTUCCI, op. cit., p. 195].

La batalla del 1 de Octubre sobre el Volturno (Francesco Mancini)

La batalla del 1 de Octubre sobre el Volturno (Francesco Mancini)

Cialdini, todavía insatisfecho, quiso también ponerse sarcástico para humillar a quien tuvo el ánimo de resistirle con dignidad, y se ofreció a proveer con generosidad a la pareja soberana un barco para ir a Roma: eligió a uno… ¡ Garibaldi! Entre las lágrimas de los soldados y los oficiales arrodillados y de la población, mientras apretaron las manos a todos, sin distinción, entre las lágrimas y las sonrisas, Francisco II y María Sofía zarparon hacia Roma.«Francisco de Borbón tenía 25 años, María Sofía sólo 19, sin embargo en la desdicha supieron dar prueba de fuerza de ánimo y dignidad que soberanos más ancianos y fuertes que ellos no hubieran poseído». Sergio Romano comenta: «Si éstos fueran los nuevos batallones de la Italia unitaria, la nueva clase dirigente tendría que rendir homenaje, en el momento en que asumió la dirección del nuevo Estado, a los obstinados defensores borbónicos de Mesina, Civitella del Tronto, Gaeta, y tendría que añadir los nombres al “papel de los héroes” venerando la memoria. Al igual que los suizos en las Tulleries en 1792, aquellos hombres lucharon porque juraron fidelidad a su rey y no merecieron la mención a la que los ha condenado la leyenda risurgimental» [S.Romano, Finis Italiae. Declino e morte dell’ideologia risorgimentale. Perché gli italiani si disprezzano, Milano, 1994, p. 15].

 

Los Reyes dejan el puerto de Gaeta dentro la Mouette

Los Reyes dejan el puerto de Gaeta dentro la Mouette

Los Reyes dejaron el puerto de Gaeta al sonido de la marcha real de Paisiello con 21 disparos de cañón, mientras todo un pueblo lloraba y saludaba. El Reino de las Dos Sicilias se acabó, dejando atónitos y sin patria a millones de campesinos meridionales, mientras que buena parte de los notables ciudadanos pedía una adecuada colocación en el nuevo organigrama político y administrativo de la Italia unida, y ya economizaba el poco dinero con que se apoderarían de las tierras de los aristocráticos fieles y la Iglesia, llevando a la ruina económica a millones de campesinos que no conocieron nunca más la piedad y la humanidad. La emigración se iba a perfilar como la única salvación.

Pero no hablemos de los males que cayeron sobre el Sur de Italia después de 1861…Existe un conocido y ambiguo concepto explicativo que carga como una espada de Dámocles sobre la historia nacional unitaria: la “cuestión meridional”.

Todos los historiadores afirman que el comportamiento heroico de Francisco II durante el asedio de Gaeta le rescató de sus debilidades políticas, verdaderas y presuntas. Podríamos citar muchos conmovedores juicios de históricos simpatizantes; preferimos en cambio citar, en nombre de todos, el objetivo y más aséptico juicio de un historiador de valor indiscutido y ciertamente no filoborbónico. Giuseppe Coniglio dictamina: «Sin embargo supo, frente a la historia, rescatar los mismos fracasos con el asedio de Gaeta donde participó con audacia, para demostrar a Europa que sabía actuar, y tuvo éxito, aunque sustentado por el ejemplo y el estímulo de la mujer. Habría sido fácil para los dos soberanos huir (…) Pero Francisco no quiso doblarse a esta humillación y prefirió combatir por mucho tiempo, consiguiendo él también delante del juicio de los mismos enemigos aquel honor militar que tuvieron todos los defensores de Gaeta» [G. CONIGLIO, I Borboni di Napoli, Corbaccio, Milano 1999, p. 460].

Queremos concluir esta página con un tributo a S. M. María Sofía Reina de las Dos Sicilias [Así Martucci describe a María Sofia de Baviera: “Hermana de la Emperadriz Isabella de Austria – la Sissi de la leyenda – María Sofia, tan fascinante como efímera soberana de Nápoles, durante el largo asedio se ofreció como enfermera, impávida ante los cañones, sonriente entre los soldados, fuerte para dar ánimo a los enfermos…”. MARTUCCI, op. cit., p. 194] Verdadera animadora del asedio de Gaeta, salvadora del honor del Reino y del ejército borbónico. Cada día ayudando a sus soldados bajo los cañonazos, curando sus heridas, compartiendo sus privaciones y sus miedos, animándoles y nutriéndoles. Es decir, del mismo modo en el que dio fuerza al marido en los momentos más difíciles.

La pareja real en Gaeta dio un dignísimo espectáculo, un espectáculo hecho de amor, abnegación, devoción, honor y dignidad, sentido del deber y de la patria, pero también de serenidad y de cariño por los propios soldados.

María Sofía de Borbón de las Dos Sicilias

María Sofía de Borbón de las Dos Sicilias

Gaeta se quedará pues, en la historia de los Borbones de las Dos Sicilias, en la historia del Reino de Nápoles, en la historia de los italianos y en la historia global en una de las páginas más ricas en gloria, dignidad y honor. La firmaron miles de voluntarios – y, idealmente, también los voluntarios que combatieron al mismo tiempo, tampoco los soberanos presentes, en las fortalezas de Mesina y Civitella del Tronto y otros heroicos baluartes de la resistencia borbónica, sólo expugnados por la violencia feroz- que han puesto la misma firma de sangre y honor después de las primeras dos firmar, las firmas de los jóvenes Reyes, Francisco II y María Sofía de Borbón de las Dos Sicilias.

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