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Primogénito de Rey Francisco I, Fernando II de las Dos Sicilias nació en Palermo el 12 de enero de 1810 y falleció en Caserta el 22 de mayo de 1859. Un año después de su muerte empezó la invasión del Reino, y nadie podrá afirmar nunca si, con él aún en el Trono, las cosas hubieran podido tener un curso diferente, porque la historia, como se sabe, no se escribecon conjeturas pero también es verdadero que es legítimo y sensato creer – conociendo al hombre y al soberano – que Garibaldi y sus socios hubieran tenido indudablemente una vida mucho más difícil.

Fernando II de Borbón

Fernando II de Borbón

En un primer momento ostentó el título de Duque de Noto. Posteriormente, a la muerte de su abuelo en 1825, asumió el de Duque de Calabria. Educado por clérigos y militares, todavía era un niño cuando los ingleses le coronaron Rey de Sicilia. Además durante los movimientos de 1820 los carbonarios le dieron la corona de Lombardía, por lo que parecía el justo jefe del futuro Resurgimiento. Pero Fernando no se dejó atraer por propósitos atrevidos, bien fuese por el sincero apego a su tierra y a su pueblo o porque era consciente de que sus derechos de Rey se apoyaban sobre la legitimidad dinástica. La legitimidad dinástica es idéntica e igualmente sagrada para cada soberano legítimo, que debe por tanto ser respetado y defendido en sus derechos reales. Fernando siempre respetó, más allá del séptimo mandamiento, el lema evangélico “no hagas a otros lo que no quieras que se te haga a ti”.

En 1827, después de la salida de las fuerzas austríacas del Reino, su padre lo nombró Capitán General del ejército.

El 8 de noviembre de 1830, con la bendición de su moribundo padre, aún joven subió al Trono, emanando una proclama para resolver los problemas del Reino y se dedica por el resto de su vida al mejoramento de las condiciones. Reemplazó a algunos ministros, disminuyó notablemente los gastos de Corte, concedió una ancha amnistía a los presos políticos y a los desterrados, volvió a llamar al servicio los oficiales de Murat suspendidos por los movimientos de 1820 y no castigó duramente a ninguno de los conjurados que atentaron a su vida en los primeros años de su reino. Pero tal real generosidad no le hizo nunca perder de vista sus deberes de soberano católico, y se alineó abiertamente contra las reformas liberales de su hermana María Cristina en España, apoyando por contra las posiciones carlistas.

María Cristina de Saboya – Caracciolo

María Cristina de Saboya – Caracciolo

En 1832 se casó con la Princesa María Cristina de Saboya, cuarta hija de Victorio Emanuele I, con la que tuvo el heredero, el futuro Francisco II. Mujer de excepcional caridad y espíritu religioso, no tuvo vida fácil en Nápoles por razones de salud, pero soportó todo con gran resignación cristiana. A todo el mundo le gustaba por sus virtudes tanto que la consideraban casi como una santa… Incluso la Iglesia Católica, en el número de los Bendidos. Murió a principios de 1836, quince días después del parto, confortada por los sacramentos de la religión. El 26 diciembre del mismo año Fernando II se casó con la archiduquesa María Teresa de Habsburgo con la que tuvo nueve hijos, entre los que destca Alfonso María, Jefe de la Real Casa después de la muerte sin herederos de Francisco II en 1894, y varias hijas más que se casaron con soberanos.

Los acontecimientos de 1848

Maria Teresa de Austria

Maria Teresa de Austria

Después de las quiebras de los movimientos carbonarios, 1820 – 21 y 1830 – 31, en Italia empezó a obrar la “Joven Italia”, fundada por Giuseppe Mazzini, con una serie de tentativas de subvertir el orden constituido. Como la de los hermanos Bandera, que intentaron un asalto (con veinte hombres) contra el pacífico y legítimo Reino de las Dos Sicilias, con la esperanza de que las poblaciones les siguieran y cazaran a los Borbones. Los hermanos Bandera fallecieron tragicámente. Como reacción al extremismo del Mazzini, el partido moderado “risurgimental” encontró una alternativa válida en la propuesta confederalista avanzada en la obra – edita por la primera vez en 1843 – “La primacía moral y civil de los italianos” de Vincenzo Gioberti. En esta obra el autor, después de una buena y contundente exaltación de la primacía mundial de la civilización y la cultura italiana – primacía debida ante todo y sobre todo al hecho de hospedar desde su origen a la Iglesia Católica – propuso como solución a la Cuestión italiana la creación de una confederación de los Estados legítimos (que mantendrían por lo tanto los mismos soberanos) con el Pontífice romano como jefe.

La propuesta tuvo éxito porque unía por un lado la tradición católica con una forma de unidad confederativa. Gracias al nuevo Pontifice, Pío IX, elegido en 1846 el “neogüelfismo” de Gioberti siguió venciendo.

Fernando no confiaba en la política liberal de Pío IX porque después de 20 años de reinado él sabía que lo importante era desconfiar de los liberales y los revolucionarios.

Retrato del Papa Pío IX

Retrato del Papa Pío IX

El 12 de enero de 1848 los autonomistas se levantaron en armas en Sicilia.

Fernando decidió promulgar la Constitución, poniendo en una situación crítica al Papa, al Granducado de Toscana, a los Duques de Parma y Modena y a Carlos Alberto en Turín. Todos éstos se vieron obligador a acatar y promulgar la Constitución.

El equilibrio establecido por el Congreso de Viena estaba cerca de su final… Metternich se retiró de la política y el 18 de marzo de 1848 los milaneses se insurreccionaron contra los austriacos pidiendo a los soberanos italianos que combatiensen contra los de la Casa de Habsburgo en pro de la independencia de Italia. Carlos Alberto al frente de su ejército marchó contra el “Cuadrilatero” austriaco.

El proyecto de Gioberti (una nación federal, católica y monárquica) iba a concretarse. Pío IX, el Granduque de Toscana y Fernando enviaron la tropas en defensa de Italia.

¡La unidad de Italia se va a llevar a cabo! No obstante, los democráticos en Florencia y en Nápoles preferían la política de Mazzini (línea republicana) y Carlos Alberto entraba en combate para defender un interés personal, el de la Casa Saboya: conquistar la Lombardía y el Véneto.

Fernando lee bien la situación y retira las tropas (también Pío XI hizo lo mismo por dos razones: de continuar la guerra contra el Imperio católico, existía la amenaza de que se produjese un cisma; Roma estaba junta a Mazzini) y abole la Constitución para no perder el control sobre el gobierno y las tropas porque no quería hacer morir a sus soldados para favorecer a Carlos Alberto. Reconquistó de modo miltar Sicilia, poniendo fin a los intentos revolucionarios. Fernando fue un hombre fuerte e inteligente. Perdonó a muchos revolucionarios que iban a ser ajusticiados pero no todos se lo agradecieron, porque en 1856 Agesilao Milano, oficial calabrés, atentó contra su vida (afortunadamente sin éxito). Todavía en la política extranjera Fernando demostró ser un soberano valiente y enérgico que para defender los derechos de su gente, tuvo el coraje de decir “no” a Austria y a Gran Bretaña. Por ejemplo: en los años 30 se enfrentó a Palmerston por la cuestión del azufre siciliano. En 1816 Fernando dio el monopolio al Gobierno británico para disfrutar el azufre siciliano sin que el Reino ganase algo. A Fernando II no le gustaba esta situación. Además, había revocado algunos impuestos y nececitaba ingresos por lo que decidió dar otorgar el monopolio a una sociedad francesa que pagaba el doble que Inglaterra. Parlmerston pronto envió una flota militar al golfo de Nápoles bajo la amenaza de bombardear la ciudad. Fernando II siguió en sus trece y preparo su ejército. Todo lo aclaró Luis Felipe Rey de los franceses. El Rey tuvo que reembolsar los costes a los ingleses y a los franceses. [Además del acontecimiento del azufre, que hizo enfadar a Palmerston, hay que tener en cuenta que una nieta del estadista inglés se había casado con el hermano del Rey Carlos de Borbón. Palmerston pidió a Fernando que presentase a su nieta en la Corte bajo el título de infanta. Había un problema: la inglesa no era considerada una mujer de buena costumbre, sino una famosa aventurera. Fernando rechazó la solicitud, y Palmerston quedó ofendido por la afrenta recibida. Cfr. sobre de’ Sivo, Alianello, Acton, ecc.].

En 1851 Fernando rechazó la propuesta de Francisco José de crear una liga de estados italianos e ignoró lo que decían Luis Felipe y Napoleón III respecto a la necesidad de cambiar su política gubernamental.

Pío IX bendice la Familia Real en Gaeta

Pío IX bendice la Familia Real en Gaeta

Muy diferente y resaltable por la fidelidad fue su posición hacia la Iglesia.

Hospedó a Pío IX durante su destierro por los altercados del año 48 y de la República Romana. De todos modos no otorgó nada más que lo que había sido establecido por el Concordato y más bien invitó a los jesuitas a dejar el Reino.

Sus últimos años de vida no transcurrieron demasiado bien porque él sospechaba que algo peligroso estaba para explotar en Turín con la ayuda de la Gran Bretaña de Palmerston. En 1857 la expedición de Pisacane contra su Reino trajo otra desgracia. Murió cuando se perfilaba la caída del Reino, justo cuando más necesaria se hacía a su energía y su capacidad de gran político.

 

Un reino de progreso civil y material

Fernando II fue seguramente el Rey de Nápoles más amado por sus subditos y por éso es el soberano màs calumniado de la historia escrita por los que quitaron el Reino a él y a su hijo mediante una invasión de un Estado aliado y pacífico. Claramente lo que occurrió fue visto como una muestra de incapacidad de la Casa de Borbón de las Dos Sicilias. Para oscurecer el Reino de la Dos Sicilias y justificar una invasión ilegítima le era necesario oscurecer la figura de la Casa real. (Francisco II subído al Trono era demasiado joven para ser calumniado).

En la siguiente sección dedicada a Francisco II y a la caída del Reino vamos a profundizar los eventos específicos de la política de Cavour, de la expedición de los Miles y de la heroica resistencia borbónica.

Fernando II de Borbón

Fernando II de Borbón

Ahora vamos a analizar la política reformadora de Fernando II para comprender las razones que llevaron a su pueblo a amarle tanto. Sus calumniadores presentaron su gobierno como “la negación de Dios” y todos los libros escolásticos hacen lo mismo, repetiéndolo sin fin. Aconsejamos leer lo que explica un ilustre historiador de la época del Resurgimiento sobre la verdadera personalidad y las obras del Soberano. El historiador de los Borbones, Angelantonio Spagnoletti [A.Spagnoletti, Storia del Regno delle Due Sicilie, I Mulino, Bologna, 1997 pp. 80-90] describe el cariño de los súbditos hacia Fernando II. Es cierto que fue el rey de Nápoles más querido: interesado en aliviar (alguna vez incluso personalmente) a su pueblo de las consecuencias de terremotos y epidemias.

Se fue a Sicilia para solucionar los problemas de la gente local (también Luigi Blanch habla del cariño de sus súbditos y Niccolò Tommaseo le describe como el mejor entre los Príncipes italianos). Durante sus viajes vivia junto a sus súbdito, llegando incluso a participar en bodas y bautizos. Le gustaba mucho el presentarse como el Padre de su pueblo que era, a fin de cuentas, su propia familia.

Spagnoletti dictamina (p. 88): «La calumnia parecía estar junto a la vida de Fernando II. Sin embargo los filoborbonicos estaban creando una imagen de soberano sincero lleno de valor y virtud en consonancia a la herencia de su noble familia. Fernando defendió su reino de los eventos de 1830-31 y de peligrosas interferencias extranjeras, como por ejemploel honor nacional en la cuestión de los azufres, y, por eso, todo el pueblo napolitano le quería porque era parte del pensamiento de su rey».

Carlo Alianello [C. ALIANELLO, La conquista del Sud. Il Risorgimento nell’Italia meridionale (1972), Rusconi, Milano 1998, pp. 121-126] escribe sobre las reformas y las innovaciones de Fernando II. «Quiso calles, quiso puertos, quiso saneamientos, geriátricos y bancos. Poco soportaba a una burguesía presumida y rapaz, la así llamada burguesía docta, los “gentileshombres”. Ésta fue su gran “culpa”. Fue un Rey, sino un “rey burgués”. Fue un Rey al lado de su pueblo. Un Rey que no provocó los intereses de los “intelectuales” que, traicionándole, abrieron las puertas del Reino al enemigo francés y galantearon al usurpador muratano. Trató de crear una burguesía que aspirara a lo concreto. No fue dichoso por la razón que en el Napolitano no existía otra burguesía que la de las profesiones y de los estudios, “pennaruli e pagliette”, que cazaron a su abuelo fuera de Nápoles, atados a doble filo al extranjero únicamente por razones ideológicas que el Rey, como rey que era, no comprendía., y también la ávida cantidad de propietarios de tierras». F.Durelli [F. DURELLI, Cenno storico di Ferdinando II, Re del Regno delle Due Sicilie, Stamperia Reale, Napoli 1859] dice que «En cuatro años solamente, desde 1850 hasta 1854, fueron reintegrados en las haciendas públicas municipales más de 108.950 “mogios” de terrenos usurpados y distribuidos en suerte a los campesinos necesitados»; continua Alianello: «Sacó a traves del almanaque real del Reino de las Dos Sicilias de 1854, detrás una larga y pormenorizada lista de institutos de crédito y beneficencia, la siguiente nota: “Se tienen, más allá de los lugares píos, por los dominios continentales un total de 761 establecimientos diferentes de beneficencia, más de 1.131 montes de trigos, y además, montes pecuniarios, cajas agrarias y de préstamos y guarderías infantiles” (…) Por su voluntad se construyeron calles, que de 1.505 con las que se contaba en 1828, se volvieron 4.587 millas en 1855. Y no carreteras de poco…». Eran la Amalfitana, la Sorrentina, la Frentana, que se interrumpió por la llegada de los “libertadores” y únicamente se terminó cien años después. Luego el litoral Adriático, la Sora-Roma, el Apulo-sanitica, que unía los Abruzos y Capitanata, la Aquilonia, que conectaba Tirreno y Adriático, la Samnita, de Campobajo a Termoli. Durelli prosigue: «En breve desde 1852 hasta 1856, que son sólo cuatro años, se construyeron 76 calles nuevas, por cuenta regia, provincial y municipal. Muchísimos puentes, y entre todos el puente sobre el Garigliano, suspendido por cadenas de hierro, que fue el primero de esta clase en Italia, y entre los primeros de la misma en Europa. Y posteriormente también construyó, los saneamientos, la canalización del río Pelen, la llenada de los pantanos del lago de Salpi, el saneamiento de los pantanos campanos (…) En 30 años, la marina de vela se vio duplicada, la marina de vapor creada de la nada y ya contaba con 472 barcos de 108.543 toneladas en 1855, además 6 vapores de rueda y 6.913 toneladas de barcos de otros tipos. Y las escuelas, los colegios náuticos, las industrias».

Marta Petrusewiicz escribe, «(…) la población en crecimiento, la tasación y el sistema aduanero mejor regulados, y el gobierno ocupado en una intervención inteligente de la construcción de los ferrocarriles y calles, manufacturas reales y prisiones modernas» [M. PETRUSEWICZ, Come il Meridione divenne una questione, Rubbettino, Catanzaro 1998, p. 37].

Para entender todavía mejor el personaje, vamos a leer cuanto el zuavo pontificio (habla por lo tanto por experiencia directa) irlandés P.K. O’Clery escribe, en su célebre obra sobre el Resurgimiento [P.K. O’ CLERY, La Rivoluzione italiana. Come fu fatta l’unità della nazione, (I ed. 1875, 1892), Ed. Ares, Milano 2000, pp. 95-96]. Recién subido al Trono, Fernando II concedió la amnistía general y de acuerdo con ello se comportó en sus acciones: «Para introducir criterios de economía en las haciendas, Fernando redujo mucho su propia asignación, abolió muchos despachos inútiles y varias prerrogativas reales. Simplificó los procedimientos en las Cortes de justicia, reemplazó al impopular virrey de Sicilia, nombrando a su hermano para tal cargo y, cada vez que viajaba por el Reino, prohibía a las municipalidades hacer preparativos costosos por su llegada, aceptando la hospitalidad de algún domicilio, o tomando morada en la posada de una aldea o en un convento franciscano. No hay que asombrarse de que fuera un soberano popular». Hay que recordar también que él mismo se adhirió en 1838 a los acuerdos franco-británicos contra la trata de los negros y también es ese mismo año estableció severas penas contra los duelos (la detenciónde la decadencia de los órdenes caballerescos), incluso para los padrinos. Concedió la amnistía a los presos por razones políticas en Sicilia y gran autonomía jurídica y administrativa a la isla. Además, siguió personalmente la lucha contra la feudalidad. La economía estuvo en continuo crecimiento [“a pesar de las oscilaciones,la política económica borbónica siguio siendo continua”. PETRUSEWICZ, po.cit p72] , y la marina mercantil tuvo un gran desarrollo[CONIGLIO,op.cit pp.340-342].

Tomamos por ejemplo lo que Angela Pellicciari mencionó[A.PELLICCIARI, El otro Resurgimiento. Una guerra de religión olvidada, Ed.Piemme,CasalMonferrato 2000, pp181-182]. En el Reino de las Dos Sicilias, los gastos previstos son sistemáticamente superiores a las efectivas; no se pagan impuestos de sucesión, impuestos sobre los actos de las sociedades anónimas y sobre los de los institutos de crédito. La deuda pública es mínima, el impuesto inmobiliario levísimo, Sicilia está exenta del servicio militar, del impuesto sobre la sal y del monopolio del tabaco. Además, Fernando como se encuentra escrito en la revista “La Armonía”, ha «establecido en los mayores centros de la población montes de trigos para suministrar trigo a los campesinos para la siembra y para mantenerse con sus familias, cortando así al mismo tiempo las piernas de la usura».

Salvatore Fergola, Ceremonia de inauguración del ferrocarril Nápoles-Portici en presencia del Rey Fernando II (particular), 1839, pintura al temple sobre papel, Nápoles

Salvatore Fergola, Ceremonia de inauguración del ferrocarril Nápoles-Portici en presencia del Rey Fernando II (particular), 1839, pintura al temple sobre papel, Nápoles

Todo lo mencionado también lo confirma Giuseppe Paladino en la sección dedicada a Fernando II en la Enciclopedia italiana (Treccani), donde escribe: «Impulsó las construcciones de pública utilidad. El primer ferrocarril inaugurado en Italia fue el Nápoles-Portici (1839). A éste le siguió en el Reino otro ramal, el Nápoles-Capua. Bajo Fernando II fue ampliada la red telégrafica a sistema eléctrico (…). La marinería mercantil de vapor tuvo un gran incremento y ya en 1848 ocupaba el tercer puesto por número y armamento de barcos. Una serie de tratados de comercio con Inglaterra, con Francia y con Sardinia inauguraron un sistema de moderado proteccionismo (1841-1845). Las haciendas fueron administradas de modo extraordinario: el contribuyente napolitano pagaba menos que otros italianos…». En cuanto concierne a la administración de la justicia, hace falta recordar que después de la revolución de 1848 no fueron llevadas a cabo en el Reino de Nápoles ejecuciones capitales (excepto la de Agesilao Milano).

De las 42 condenas a muerte impuestas por los tribunales, Fernando II conmuta 19 de ellas en cadena perpetua, 11 en 30 años de prisión y 12 en penas menores [PETRUSEWICZ (op. cit., p. 114) ya que “muchos prisoneros, entre ellos De Sanctis y Dragonetti, después de algunos años en la cárcel, fueron deportados oficialmente a América, mientras las autoridades sabían claramente que hubieran desembarcado en route a Malta o a Inglaterra refugiándose en cualquier país europeo”.] . En los mismos años el Rey amnistia a 2.713 condenados por crímenes políticos y 7.181 por crímenes comúnes, mientras que desde 1848 la estadística criminal en el Napolitano está en constante disminución (cuando se celebró el proceso a Settembrini y Spaventa por haber fundado la sociedad oculta “Unidad italiana”, los observadores extranjeros, aunque hostiles a los Borbones, tuvieron que admitir que el proceso fue conducido con magistral corrección) [M. PETRUSEWICZ (op. cit., p. 107) lo que sucedió en el 48 en Nápoles. “El sentimiento prevaleciente, tanto para el gobierno como para el pueblo, no era ni republicano ni anti-borbónico. Exepto unos republicanos convictos, como fueron Ricciardi, Saliceti y La Farina (el futuro férreo sostenedor de Cavour), la mayoría de los líderes (…) pensaban que Fernando II podía hacer lo mejor”.]

Por otra parte, el periodista francés Charles Garnier describe así la situación del Reino en su Memoria sobre el Reino de las Dos Sicilias (París, 1866): «los impuestos resultaban menos incómodos que los de Piamonte y menor que los de la Italia de los años postunitarios; el crédito del gobierno sólido, la deuda baja, el reclutamiento mucho más tolerable; gran parte de las entradas fueron empleadas en la agricultura y en obras públicas, entre las que se recuerdan el primer ferrocarril y el primer telégrafo eléctrico en Italia, y también el primer puente suspendido y los primeros faros refractadores que fueron realizados en el Reino, sin olvidarnos del primer buque de vapor. El comercio experimentó un crecimiento, floreciendo especialmente las las manufacturas» [Además Garnier prueba cómo se destruyeron las manufacturas del Sur para favorecer las del Norte.]

En general, a los ya más que elocuentes juicios históricos hasta ahora indicados, se puede añadir que Fernando viajó mucho por el Reino para visitar hospitales, cárceles, campos de trabajo… para constatar personalmente las reales necesidades de los súbditos; para ahorrar y poder disminuir los impuestos. Además de reducir los gastos de Corte y el personal, redujo el sueldo de los ministros y estableció contra el desempleo que la misma persona no pudiera revestir dos cargos públicos al mismo tiempo. Muchos parques de caza reales fueron devueltos a la agricultura y se desarrolló la industria, especialmente la textil. Se construyeron, además de las calles y los ferrocarriles, puertos, obras mercantiles, puentes sobre ríos, cementerios fuera de la población, hospitales, conservadores, orfanatos, jardines de infancia para niños pobres, también manicomios (abolió de hecho la mendicidad), casas para niñas, cárceles modernas e institutos por sordo-mudos. Cuidó de la cultura fundando cátedras, abrió bibliotecas, colegios, huertos agrarios y escuelas gratuitas. Saneó las tierras de los pantanos sipontinas y la isla de S.Esteban frente a Gaeta e introdujo nuevos cultivos en el Reino.

Fundó institutos para animar la iniciativa económica premiando con medallas a los mejores. En ocasiones señaladas (bodas reales, fiestas particulares…) prodigó donaciones para pobres y dotes de boda para niñas necesitadas. Cuando se sufrieron epidemias de cólera fue en persona a los hospitales, y lo mismo hizo cuando se produjeron terremotos y desastres naturales, socorriendo materialmente a los desamparados. Por otro lado, también reforzó el ejército y la marina militar que se volvió una de las mejores en Europa.

Habría muchas más cosas que poder resaltar. Pero resulta evidente que Fernando II fue la máxima y más completa expresión de aquel reformismo político y social, inaugurado por su bisabuelo Carlos, que siempre caracterizó la Real Casa de Borbón de las Dos Sicilias.

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